
El Cardenal Raniero Cantalamessa nos dirige estas palabras el Domingo de Pentecostés, Ciclo C – Card. Raniero Cantalamessa (texto íntegro). Aquí os presentamos algunos extractos:
La tarde de Pascua, Jesús en el cenáculo sopló sobre sus discípulos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo» Jn, 20.
Este soplo de Cristo evoca el gesto de Dios que, en la creación, «sopló sobre el hombre, hecho de polvo del suelo, un aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente» (Gn 2,7). Con aquel gesto Jesús viene a decir, por lo tanto, que el Espíritu Santo es el soplo divino que da vida a la nueva creación, como dio vida a la primera creación.
Proclamar que el Espíritu Santo es creador significa decir que su esfera de acción no se restringe sólo a la Iglesia, sino que se extiende a toda la creación.
«Toda verdad, de donde quiera que venga dicha -escribió Santo Tomás de Aquino-, viene del Espíritu Santo».

¿Y qué significa experimentar al Espíritu como creador? Para descubrirlo partimos del relato de la creación. «En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas» (Gn 1, 1-2).
El Espíritu Santo es, por lo tanto, Aquél que permite pasar -a la creación- del caos al cosmos, el que hace así algo bello, ordenado, limpio (cosmos viene de la misma raíz que cosmético, ¡y quiere decir bello!).
La ciencia nos enseña hoy que este proceso ha durado miles de millones de años, pero lo que la Biblia quiere decirnos, con lenguaje sencillo e imaginativo, es que la lenta evolución hacia la vida y el orden actual del mundo no ocurrió por casualidad, obedeciendo a impulsos ciegos de la materia, sino por un proyecto aplicado en él, desde el inicio, por el creador.
La acción creadora de Dios no se limita al instante inicial; Él está siempre en acto de crear. Aplicado al Espíritu Santo, esto significa que Él es siempre el que hace pasar del caos al cosmos, esto es, del desorden al orden, de la confusión a la armonía, de la deformidad a la belleza, de la vejez a la juventud. Esto a todos los niveles: en el macrocosmos y en el microcosmos, o sea, en el universo entero así como en cada hombre.
Debemos creer que, a pesar de las apariencias, el Espíritu Santo está a la obra en el mundo y lo hace progresar. Un texto del Concilio Vaticano II dice que el Espíritu Santo está a la obra en la evolución del orden social del mundo («Gaudium et spes», 26). No es sólo el mal el que crece, sino también el bien, con la diferencia de que el mal se elimina, termina consigo mismo, mientras que el bien se acumula, permanece. Ciertamente aún existe mucho caos a nuestro alrededor: caos moral, político, social.
El mundo tiene todavía mucha necesidad del Espíritu Santo; por ello no debemos cansarnos de invocarle con las palabras del Salmo: «¡Envía tu Espíritu, Señor, ¡y renueva la faz de la tierra!».
