Tú perdido en Él, otro Jesús.

El Cardenal Raniero Cantalamessa, en su segunda predicación de Cuaresma, nos ha contado su testimonio como sacerdote en la consagración.

Aquí tienes un extracto:

Así vivía el momento de la consagración en la Santa Misa los primeros años de mi sacerdocio: cerraba los ojos, inclinaba la cabeza, trataba de alejarme de todo lo que me rodeaba para identificarme con Jesús que, en el Cenáculo, pronunció esas palabras por primera vez: «Tomad, comed…». La liturgia misma inculcaba esta actitud, haciendo pronunciar las palabras de la consagración en voz baja y en latín, inclinados sobre las especies.

Luego vino la reforma litúrgica del Vaticano II. La misa comenzó a celebrarse mirando a la asamblea; ya no en latín, sino en el idioma del pueblo. Esto me ayudó a entender que mi actitud, por sí sola, no expresaba todo el significado de mi participación en la consagración. ¡Ese Jesús del Cenáculo ya no existe! Ahora existe el Cristo resucitado: para ser exactos, el Cristo que estaba muerto, pero ahora vive para siempre (cf. Ap 1,18).

Pero este Jesús es el «Cristo total», Cabeza y Cuerpo inseparablemente unidos. Por lo tanto, si es este Cristo total quien pronuncia las palabras de consagración, yo también las pronuncio con él. Las pronuncio, sí, en nombre de Cristo, pero también «en primera persona», es decir, en mi nombre.

A partir de ese día en que entendí esto, comencé a dejar de cerrar los ojos en el momento de la consagración, y a mirar —al menos alguna vez— a los hermanos frente a mí, o, si celebro solo, pienso en aquellos a quienes debo encontrarme durante el día y a quienes debo dedicar mi tiempo, o incluso pienso en toda la Iglesia y, dirigiéndome a ellos, les digo con Jesús: «Tomad, comed todos de él: esto es mi cuerpo que quiero dar por vosotros… Tomad, bebed: esta es mi sangre que quiero derramar por vosotros».

Más tarde vino san Agustín a quitarme todas las dudas. «En lo que ofrece, la Iglesia se ofrece a sí misma». Más cerca de nosotros es la mística mexicana Concepción Cabrera de Armida, llamada Conchita, quien murió en 1937 y fue beatificada en 2015. A su hijo jesuita, a punto de ser ordenado sacerdote, ella escribía: “Acuérdate hijo mío, que al tener a Jesús en tus manos en la sagrada forma no dirás: ‘Este es el Cuerpo de Jesús, esta es la Sangre’, sino que dirás: ‘Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre’, es decir que debe existir una total trasformación, tú perdido en El: otro Jesús.

Todo esto se aplica no sólo a los obispos y sacerdotes ordenados, sino a todos los bautizados. 

Si lo deseas, puedes leer toda la predicación aquí: https://misionmas.wpcomstaging.com/2022/03/18/segunda-predicacion-de-cuaresma-card-cantalamessa/

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